jueves, septiembre 28, 2006

Riiiing

-Hola. ¿Qué haces?
-Nada.
-¿Qué haces cuando no haces nada?
-Pensar en ti.
-¿Por qué siempre tienes que ser tan agresiva?
-No soy agresiva, es que no hago nada, bueno, ahora doy una explicación.
-Creí que me ibas a llamar ayer.
-Si. Se me pasó. Perdón.
-Me quedé esperando.
-Ya te pedí perdón.
-Si, pero es no me regresa mi tiempo. Por estar esperando tu llamada me mordí de mas las uñas. Ahora me sangra un dedo.
-¿Qué puedo hacer al respecto? ¿Quieres que te chupe el dedo?
-No. Gracias. Me lo chupo yo, si te espero a que vengas yo creo que me desangro antes de que llegues.
-¿Para eso llamaste? ¿Para hacerme enojar?
-No, no me atrevería.
-Es lo que estás haciendo.
-Bueno, perdón.
-¿Tu si puedes pedir perdón y yo no?
-Es que yo solo se pedir perdón.
-Por algo será.
-Si. Me da miedo la gente.
-¿La gente? ¿Y por eso pides perdón?
-Si.
-Eso es estúpido.
-Tienes razón. Perdón.
-¿Tienes miedo de mi?
-Claro.
-Si no muerdo. ¿Por qué me tendrías miedo?
-Porque mis pensamientos son privados y como vives dentro de mi cabeza me da miedo que un día los encuentres.
-¿Qué quieres decir con eso?
-Que te salgas de mi cabeza
-Yo no me metí, me metiste tu.
-Tienes razón. Perdón. Pero ahora ya salte.
-¿Y como hago eso?
-No se.
-Si tu no lo sabes, yo menos.
-Podrías empezar por salirte de mis sueños, después de mis noches de vigilia, al día siguiente de mis viajes en camión y por último de mi cabeza. Toma tus cosas y llévatelas. Ya no las quiero.
-Espero que tengas una buena disculpa, me estás haciendo enojar y un simple “perdón” no va a hacer que me ponga de buenas.
-No me importa. Ya lo dije. Vete.
-Y ya te lo dije yo, no me puedo ir de un lugar a donde nunca me metí.
-Si, si puedes. Estás en mi cabeza, ahorita mismo estás ahí. Acéptalo. Abre lo ojos, reconoce que vives en medio de mis orejas. Solo así te podrás ir.
-Suponiendo que fuera cierto. ¿Para que quisieras que me fuera?
-Para ya no tener miedo.
-¿Miedo a qué?
-Miedo a ti, a tus juicios, a tus ojos, tu sonrisa. A tu frialdad, a tus amigos, a tu vida sin mi. Miedo a mi cobardía, a mi soledad, a mi futuro. Miedo a volver a morderme de mas las uñas. Miedo a llamarte y no encontrarte. Miedo a saber que siempre has sabido esto y lo has ignorado, a saber que ni pensando en ti pude ser mejor.
-No te entiendo.
-Miedo a que no me entiendas, a no entenderte, a no tener nada en común. Miedo a decirte la verdad: que nunca pensaste en mi, que poco te importo. Miedo a reconocer que solo me has lastimado, y has logrado que me sienta culpable de eso. Y más miedo aun a decirte que ya no me importas, que no quiero que me importes.
-No lo sabía. Perdón.
-Perdóname tú, nunca debí pensar en ti. Fue mi culpa… Ya empezó a llover. Hay truenos.
-¿Todavía te dan miedo los truenos?
-…
-¿Sigues ahí?
-Si
-¿Ya no te dan miedo los truenos?
-No. Ya no.

miércoles, septiembre 27, 2006

Arnulfo

Era una persona obesa. Gorda. Panzona. Muy panzona. Cierta ocasión no pudo arreglar la taza del baño porque simple y sencillamente no cupo en el breve espacio que hay entre el tanque del agua y la pared, hubo que llamar a un plomero para que hiciera la reparación de la taza y del tubito para colocar el papel higiénico que Arnulfo rompió cuando se quiso desatorar. ¿Ya había dicho que se llamaba Arnulfo? Pues si, se llamaba Arnulfo y fue nuestro empleado. Nunca nos perdonó que hubiéramos buscado a un plomero para reparar lo que en parte él echó a perder, y nosotros nunca le perdonamos la ruptura del tubito del baño, así que podemos decir que en ese aspecto quedamos a mano.
Honestamente no se de donde salió Arnulfo. Recuerdo que era necesario levantar una pared en el patio trasero de la casa para que cubriera la escalera de caracol que sube a la azotea (mi madre siempre juró que alguien rodaría ahogado en alcohol por ahí) pero nunca nadie había hecho nada para construir el dichoso muro. Hasta que un día en alguna reunión familiar se tocó el tema, como siempre pasa en esos casos cuando alguien comenta alguna necesidad o carencia todo mundo se dispuso a dar sus mejores consejos; hubo quien dijera que lo mejor sería quitar la escalera, algún otro borracho sugirió mejor quitar la azotea; así no habría necesidad de subir y no correríamos el riesgo de precipitarnos al vacío, y un tío sugirió recomendarnos a alguien que él conocía No se por qué, pero a mis padres debió parecerles buena porque a los tres días se presentó el trabajador en mi hogar. Lo recuerdo muy bien, zapatos negros, pantalón azul, camisa azul y una bolsita de plástico del supermercado con un suéter adentro. Ni herramientas traía, pero hasta parecía que no las necesitara, la verdad es que trabajaba bastante bien, siempre y cuando su enorme barriga no le impidiera pasar por lugares angostos. El problema era la comunicación. Arnulfo no hablaba, ladraba, o balaba no se, pero esos ruidos no eran humanos, en verdad: no me refiero a que hablara con groserías o muy rápido, no, simplemente gruñía. Con el tiempo un poco aprendimos a entenderlo y un poco mejoró su dicción y también aprendió a utilizar más gestos y señas; así fue todo más sencillo. Levantó el muro solicitado, bastante alto y sin ayuda, y como quedamos todos satisfechos se le siguieron encomendando tareas, cuando me di cuenta ya estaba en la nómina familiar y definitivamente que gastaban mas en comida en él que en mi. Un día mi madre decidió que necesitábamos un asador; aprovechando que aun quedaban tabiques de la construcción de la pared le pidió a Arnulfo que lo armara, le preguntó si sabía como hacerlo y él le contestó: “A huevo, te va a quedar poca madre, señora”. En otra ocasión necesitaba que compráramos mas cemento, se lo solicitó a mi madre a lo que ella le dijo que no podía ir por el material, que era necesario que mi padre lo autorizara (si, la burocracia tiene hondas raíces en mi familia) y él le espetó: “¿por que no puedes? ¿Te madrea tu esposo?”
No estoy seguro de cuanto tiempo duró nuestra relación con Arnulfo, tal vez un año, tal vez unos meses. Un día lo dieron de baja de la nómina y se fue a casa del tío que nos lo recomendó, olvidó su bolsita de plástico del supermercado. En días de primavera solemos comer en el patio de atrás, a la sombra de la pared que él levantó y cocinando la carne en el asador que el construyó. Y estando ahí en familia le preguntamos a mi madre: “¿No quieres mas vino? ¿Por qué? ¿Te madrea tu esposo?”.

Nada que decir

No se me ocurre nada por ahora.